viernes, 1 de febrero de 2008

Sin mapa en una revolución que envejece.

“Prefiero morir de pie que pasar la vida de rodillas”
Emiliano Zapata Salazar.

Es un mito tan poderoso que hasta los más conservadores lo adoptaron. En el siglo XX de México todos eran ya revolucionarios: burgueses e intelectuales, campesinos y burócratas, obreros y tecnócratas. Nublando así los tradicionales límites entre lo revolucionario y lo conservador.

El que guía, el que manda, el que rige a los hombres de guerra. Con la convicción de envolverse en la trampa de su propia soberbia, ventea nuevos vientos para cambiar el rumbo de su vida.
Sin más que una creencia, el revolucionario del tiempo se bate y no se bate, miente y habla con la verdad, rompe sus promesas y las mantiene, se entrega al peligro y huye de él. Se da a conocer y se mantiene anónimo.
No va al río a ver cómo se pudre su primavera, va a buscarle la muerte al enemigo, va a encontrarse con la mentira, solo para ensañarle al malo lo que es bueno.
A caballo dejando a su paso a los traidores, a los vendidos, a los pobres diablos, a esos que hablaban de libertad, justicia e igualdad y no eran más que explotadores. Solo les quedaba ver al campesino armado para esconderse bajo sus botas de petróleo. (Con seguridad más de uno)
Sin clemencia y sin denotar una lágrima moriría ante el tribunal del pueblo que le juzgaría para nunca ser olvidado.

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