lunes, 8 de noviembre de 2021

Amanecer en un portal de la noche.

Conozco bien a los gatos que maullan bajo el claro de la luna.
Cómo hijos perdidos de la noche
Sus movimientos desequilibran la cordura
El desencanto de un hechizo en los rincones.
Se cuándo mis noches se despiertan
Sobre un mundo ahogado de locura
Escenario de cordura jugando a la cuerda floja
Como las tumbas sin epitafiods adornando los días sin flores.
Con los beatos de rodillas simulando el requiem de Beethoven. 
Se arrastran descalzos y a tirones
Hasta el final de un altar oscuro
Con la sonrisa desencajada por el amor a la sacristía.
Convertido el milagro en espejismo
Asustados por la ternura
Espesa como la leche de la amapola.

Inmóvil la piel unida a la estructura
Con huesos de papel humedecido.
Sin pétalos de una flor efímera
Con aroma a tierra del abismo.
Se rinde como un camión cargado de basura.
Ante la dolorosa curva de la cuesta arriba.
Rota por el pesar de viejos andares.

Así la Seiba llora con el aire que la intoxica
Delicada llovizna al principio del día
Cerca de los mares del sur
Ardiente y silencioso huracán de la isla
Arrancando la ventana de un drama de la vida
Mientras las patas de la fealdad 
Se acercan por detrás como un puma desde la altura
Llevándose los niños hasta la jungla triste
Destrozando los ropajes de lana voladora.

En ese callejón lejos de aquí.
Con el reflejo de su piel cercana y herida
Sube por tus piernas escalando como un poema
Al final de un corazón abierto.
Llega a la sima del monte de mi cuerpo
Un cuerpo que ensancha sus fronteras al sur.
Sin madre felina que de arrullo en la guarida. 
En el norte, casi en el sur y cerca del valle.

Alegría que en canciones suelta su lamento
Y la muerte se pasea con la barba crecida
Lejos del cielo y alimentándose 
Cómo los ojos que brillan con la lluvia del día.
Farolas bajo la oscuridad , gigantescas luciérnagas de la noche.
Cómo los brillantes ojos de la muerte.
Donde la sirena, el sultán y el adivino
Quedan detenidos sobre el suelo de barro
En la simiente ardiente que corroe las sillas
Y el metal oscuro de la escalera.
Así anida la silencios avispa
Persiguiendo el aroma de aserrín de la madera.
Aterrizan como espuma hasta el dulzor de la resina.
Que se inflama con el calor y la ventolera.
Mientras los cantores de la madrugada se callan con el silencio turbio del mediodía.
En el filo de la navaja que marida con los 
Vitrales
Después de la inercia del halcón y la paloma que huyen del día.
Pálido grito de un pinzón en la bahía.

Desconocida ofrenda bajo un altar de la abadía.
Cuando los dedos del jardinero se distraen
Aferrando la nocturnidad de un rosal en la enredadera.
El fino encuentro de la sangre y la riviera.

Santa dama justiciera, mariposa satisfecha
Parpadea en la ceguera de un árbol triste
Oculta del camaleón que espera el escandaloso ruido de un nacimiento.
El verde de los prados que ralentizan mis pinceles.
Aquí en donde termina la carretera
Donde crujen los barcos que se tambalean sobre el asfalto.
Raspan el suelo con la madera
Cómo un espectro en el horizonte de los glaciares.
Conozco bien a los gatos que maullan bajo el claro de la luna.

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