En un momento de descuido mientras andaba pajareando en la Alameda.
Carambolas chinas, aguitas y lecheras
Víctimas de su preciosa yuxtaposición
Y de un botín pertinente.
Un segundo trágico de desaparición ante mi asombro sencillo e infantil.
Los ojos incrédulos de mi alma estupefacta observaron el vacío de la ausencia de mis pequeñas ruedas de alegría.
Dentro del bulto sonaban y bailaban cuales ojos de vidrio, mientras volaban por la avenida zigzagueante entre el espacio y el tiempo.
Las imagino rodando por escaleras y terraplenes.
Burlando las rejillas de alguna alcantarilla.
En fuga y destrampadas entre las manos del audaz bandido.
Se borró de mi rostro la alegría y la inocencia desde aquel día.
Se abrieron las puertas de la cólera y la ira hacia las cuatro direcciones del viento.
En su escándalo de silencios las esféricas obras de arte representaban para mí, métrica y ritmo
Compás y sabiduría.
Nunca más jugué a las canicas,
todas y cada una de ellas eran pérdidas únicas e irremplazables.
Como las piedras del valle, como perlas del paraíso.
Fue mi despedida súbito crujir de las hojas del piso
Un ladrido de perro triste en la madrugada.
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