jueves, 11 de febrero de 2021

Las canicas.


De niño me robaron las canicas.

En un momento de descuido mientras andaba pajareando en la Alameda.

Carambolas chinas, aguitas y lecheras 
Víctimas de su preciosa yuxtaposición 
Y de un botín pertinente.

Un segundo trágico de desaparición ante mi asombro sencillo e infantil.

Los ojos incrédulos de mi alma estupefacta observaron el vacío de la ausencia de mis pequeñas ruedas de alegría.

Dentro del bulto sonaban y bailaban cuales ojos de vidrio, mientras volaban por la avenida zigzagueante entre el espacio y el tiempo.

Las imagino rodando por escaleras y terraplenes.
Burlando las rejillas de alguna alcantarilla.
En fuga y destrampadas entre las manos del audaz bandido. 

Se borró de mi rostro la alegría y la inocencia desde aquel día.
Se abrieron las puertas de la cólera y la ira hacia las cuatro direcciones del viento.

En su escándalo de silencios las esféricas obras de arte representaban para mí, métrica y ritmo
Compás y sabiduría.

Nunca más jugué a las canicas, 
todas y cada una de ellas eran pérdidas únicas e irremplazables.
Como las piedras del valle, como perlas del paraíso.

Fue mi despedida súbito crujir de las hojas del piso
Un ladrido de perro triste en la madrugada.

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